"Cuánta desesperanza", se le oye medio cantar a un hombre mayor en el vagón del metro.
Su voz se disuelve enmedio del zumbido del tren en movimiento y los versos entonados de un cantante desconocido que alava a Dios "cansado del camino", acompañado de un coro multitudinario que repite con fervor las alabanzas en un disco de diez pesos.
El viejo, de voz quebrada y ojos entreabiertos, se agarra del tubo con una mano, balanceando su cuerpo encogido por el hambre, y con la otra pide una moneda para ocupar con algo su bolsillo.
Le pone más lástima a la mirada, más sollozo a la melodía para acallar los versos grabados al omnipotente. Voltea a mirar los rostros de los viajeros, y ellos a él. Nadie coopera.
Ni con la súplica más angustiante -tanto que parece ral- escondida entre las lágrimas, ni la mueca en el rostro abrazado por el sol y los surcos del calendario, consigue una moneda. A la chica del megáfono le compraron ya 5 discos.
Dios vende más que la caridad.
El viejo sale con toda la prisa que puede para entrar en otro vagón, antes que el timbre deje de oirse y un par de puertas le impida cantar de nuevo su oda a la desesperanza, al vacío tan profundo.
sábado, 5 de septiembre de 2009
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