domingo, 6 de septiembre de 2009

GRITAR EN EL SILENCIO

... Qué extraño es esto del amor ...


I
Hay ratos en que me lo dices todo con tu mirada. Tus ojos llenos de luz me gritan lo que jamás escucharé de mil labios. Hay ratos en que tu mano es un antídoto universal, que abrazado espontáneamente de mi cuello, se lleva la zozobra del día y deja en mi piel de bellos erizados un suave calor amoroso.
Hay ratos en que eres toda para mí: en la calle, el bus o los pasillos de la universidad. Y te basta un par de segundos para dedicarte a mí, para saberlo yo, que apenas puedo concebir tu entrega. No vale nada entonces, más que abandonarse a la fugacidad de los segundos, tan preciados como una botella encontrada a la deriva para quien dejó un mensaje en ella.
Hay ratos también en los que no estás, y yo me canso de hacer malabares con el clima, la rutina diaria y mil tonterías para que me quieras como lo haces cuando me lo dices todo con una mirada.

II
Pasar la mirada por sobre nosotros es como no tener nada y mirar por las ventanas la cena familiar.
¿Y si te digo que a nadie le importa que mi brazo se enrede en tu cuello en esa foto que comienza a decolorarse?, ¿y si frente a tu puerta me robas un beso?, ¿y si de vez en cuando desatas el nudo de tus dedos y me regalas un par de esas palabras?
Junto a mi, al rededor mío las parejas se desmoronan fundiéndose en palabras, besos, caricias, ganas, deseo; en el amoroso cinismo de cada mañana, cuando al despertar se saben dos contra todas las corrientes.
Los miro y pienso en ti, y sé que no te veré, y si te veo sé que te racionarás para no levantar sospechas de que alguien por fin es incapaz de huir de tu mirada.
Sé que si vienes me acribillarás a manzalva con la furia de tu cotidianidad plagada de inquietudes y reclamos, y yo me quedaré con la mirada baja y mi mano junto a la tuya porque no se puede hacer más, porque mis palabras sólo sirven para hundirse en tu oleaje desbordado.
Esta ciudad y sus enamorados me despiertan una envidia enconada, y si la trsiteza me visita es porque te quedas sentada a mirar al mundo, sujetando mi mano, con el deseo de perder el miedo sin dejarlo escapar.

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